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Dimos media vuelta y, por el mismo camino que habíamos llegado, tristes y humillados, comenzamos a bajar despacio. Como dos delincuentes perseguidos porque detrás nuestra nos seguía el que nos había prohibido acercarme a la centenaria madroñera. Le decía yo al borriquillo:
- Lo escribiré en mi cuaderno para que se quede recogido y para que nunca se nos olvides este mal encuentro.
Pero le comentaba esto porque no sabía qué otra cosa decirle del incidente, para mí, sin sentido. Pero, como en mi mente siempre se me amontonan los recuerdos, le volví a comentar:
- De esta madroñera mía, hace muchos años, yo escribí esto que ahora mismo te cuento. Escucha verás qué bello: “¿Dónde creció la vieja madroñera que fue el asombro de aquellos serranos?”

Porque a mí me dijeron que fue por aquí, por donde aquel ejemplar de arbusto tenía clavadas sus raíces. Entre las rocas y la espesura de este bosque. Y me dijeron que la madroñera fue el mejor ejemplar que se podía ver por estas sierras. Cinco troncos tenía y los cinco eran de gruesos como dos veces el cuerpo de un buen serrano. Clavados los cinco en una negra peana que a su vez se hincaba en las grietas de tres grandes rocas. Los cinco troncos negros surgían de la peana y retorcidos, se tumbaban en la dirección de la ladera. Como si desearan asomarse al barranco para ver el río. Las ramas se entrelazaban, llenas muchas veces de madroños y otras, de mil florecillas blancas.

Y dicen que cuando la madroñera estaba florecida, ella sola era toda una primavera plena. Manojos de graciosos ramilletes de florecillas acampanadas, se mecían al aire desde las cien ramas de la planta. Un mar de olas de perfume revoloteaba por el entorno, ciento de abejas acudían a libar por entre los estambres de tan delicadas florecillas y otras tantas mariposas surcaban el aire de un lado a otro por aquel universo en pequeño. También los pajarillos acudían a la sombra de su bosque de ramas y hasta los ciervos y los jabalíes iban y venían buscando los rojos madroños que en el otoño rodaban por la ladera. Un puro manto rojo parecía el suelo y un bosque casi completo que además de hermoso y lozano, daba vida a un sin fin de hierbecillas, setas y otras mil variadas plantas.

Así de perfecta, grande y completa, era la vieja madroñera que desde hacia ciento de años, adornaba la ladera en todas las épocas. Cuando los nevazos cubrían de blanco los montes, la madroñera crujía bajo el peso de los copos apilados en sus ramas. Crujía por las noches cuando el frío era tanto que se cuajaban los chorrillos de agua. Crujía bajo el calor de los dorados rayos de sol en las largas tardes de verano. Y crujía cada vez que el viento soplaba desde el barranco del río y bajo los hirientes zarpazos de los granizos y las lluvias de las tormentas. La madroñera crujía pero siempre clavada en su ladera, corazón de su propia vida, seguía verde y desafiaba al tiempo año tras año y así a lo largo de los siglos.”

En silencio, tristes y humillados bajamos por la Cuesta del Topadero, cruzamos el Arroyo de María, el río Guadalquivir, el muro del pantano del Tranco y, sin parar en ningún sitio, hicimos el camino de regreso. Al caer la tarde llegábamos nosotros al Prado del Molino Viejo. Y justo en el Puente Moro nos encontramos al hombre que recoge leña seca de los montes para los hornos de pan de los pueblos y, al vernos, fue cuando nos dijo lo de las tres muchachas encantadas. Esta noticia nos refrescó un poco el alma pero, el fino dolor que nos quemaba por dentro, no se nos apagaba. Le comenté al borriquillo, cuando ya estábamos en el Prado de la Cañas:
- Voy a subir al Pueblo de la Cumbre. Necesito algo que luego te digo. Pero tú no te preocupes. Ninguno de los dos somos delincuentes sino todo lo contrario: dos enamorados de las cosas, caminos, ríos y madroñeras de estas montañas y esto, para nosotros, tiene un gran sentido. Lo que nos ha pasado hoy es lo que ya otra veces te he dicho: no saben cómo gestionar con acierto las cosas y, como el incendio ha sido inmenso, sus reacciones son las de siempre: prohibir, cortar los caminos, denunciar, acorralar, echar la culpa, del gran incendio, a los que aman y recorren estas montañas. No te preocupes tú.

Por cierto el texto es fenomenal. Gracias al autor del mismo.

P.D. Ya he podido averiguar la identidad del autor del texto, se trata del usuario de "El Viejo Foro" llamado Cas_orla . Gracias por este mágnifico texto y por la sensibilidad que aflora en el mismo. Un saludo.

Última edición por Oberkland; 22-Aug-2011 a las 20:32
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