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Predeterminado Relato.

José Gómez Muñoz en su libro " Campos de Hernán Pelea" relata:


"Y continuando con el recorrido que aquel día nos llevó hasta los cortijos de Camarilla, digo que cuando parecía que la pista se salía de la llanura y, por el lado izquierdo, pretendía irse para las laderas del cortijo de Camarillas, gira una vez más y se mete por el centro de la segunda llanura de este gran valle. Este rincón es justo lo que ellos siempre llamaron la Hoya de Camarillas. Los explico, según descubrí aquella tarde que ya dije al principio, recuerdo con especial emoción.

los cortijos de Camarillas, todavía permanecen en pie justo a media ladera entre el calar con el mismo nombre de los cortijos y la llanura que se abre en las partes bajas. Y esta llanura, ciertamente es una hoya aunque muy amplia que se ve y hasta se toca con el aliento al respirar desde las mismas puertas de estos cortijos. Eran estas las tierras que ellos cultivaron a lo largo de todos aquellos años que por aquí vivieron. Eran de su propiedad y como se encontraban tan pegadas a las paredes del cortijo, pues le decían la Hoya de Camarillas. El hermoso segundo valle después de los Tornajos de don Fernando y siguiendo la dirección natural que llevan las aguas cuando corren por las cañadas que van dando forma al arroyo del Borbotón.

Pues aquella tarde, cuando ya estábamos casi frente a los cortijos de Camarillas, puras ruinas como luego diré más adelante, por nuestra izquierda se apartaba una pista de tierra. Poco cosa. Sólo para coches todoterreno y cuando no hay nieves. Me dijeron ellos que siguiendo esta pista, se llega a la era grande, la del álamo solitario, y desde aquí al cortijo, sólo tres pasos. Eso me dijeron ellos porque la conocen bien y por ella han subido muchas veces pero al llegar a esta pista, el padre pidió que siguiéramos y, mientras recorríamos unos metros más hasta llegar a otra más perfecta llanura por donde a la izquierda, también se aparta una pista muy borrada, me contaron lo siguiente.

Unos años atrás, cuando todavía ellos sembraban garbanzos por aquí y las hijas no estaban demasiado grandes, la madre dijo a una de las hijas.
- Vete al camino y cuando veas pasar al vecino con su coche, dile que suba al cortijo para cargar los garbanzos.
Ya los habían ellos arrancados, los habían trillado en la era con aquellos trillos de madera, los habían aventado y los tenían, limpios y bien dorados, metidos en costales para transportarlos. Se los tenían que llevar a la casa de la aldea blanca donde, a lo largo del año, se los irían comiendo. Esto es lo que ellos habían hecho desde tiempos lejanísimos.

Pues la hija princesa, se vino al cruce primero de la pista que antes dije y cuando pasó por ahí un coche, el primero que bajaba desde los campos hacia las aldeas de la vega grande, lo paró y al que lo conducía, le dijo:
- Que dice mi madre que se llega a por los garbanzos.
El hombre se quedó extrañado porque él no tenía ninguna noticia de aquellos garbanzos y menos que debiera recogerlos. Pero como aquí en estas sierras, las personas son tan buenas unos para con los otros, le dijo a la niña:
- Pues bueno, voy a por los garbanzos.
Y a continuación, se salió de la pista principal, puso el coche dirección a los cortijos de Camarillas y antes de comenzar a remontar por esta secundaria pista, le dijo a la niña:
- Sube en el coche y te llevo hasta los cortijos.
Y cual no fue su sorpresa cuando oyó que la niña le respondió:
- ¡No, si yo voy andando!
Y el hombre contestó:
- Pues como quieras.

Cuando unos minutos después la hija llega a los cortijos le contó a la madre lo que había pasado y ésta, recordó que un día, siendo ellas todavía pequeñas, a la aldea blanca llegó un hombre con un coche preguntando por uno de los vecinos. La muchacha le informó donde vivía y a continuación le dijo:
- Me subo con usted en el coche y le llevo a la casa.
Cuando luego se lo contó a la madre, ésta le dijo que nunca más se subiera en coches de personas que no conociera. Y claro, aunque desde aquel día de la aldea hasta este de los garbanzos habían pasado ya varios meses, la hija recordó el consejo que la madre le dio y por eso no quiso subirse en el coche del hombre que iba a recoger los garbanzos de los cortijos de Camarillas."
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