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Recuerdos de la Feria de mi infancia. Los Fuegos Artificiales

12 de Septiembre de 2008 por felipe · 3 Comentarios

Me asomo por vez primera a este Blog al que hace tiempo que Raúl me invitó a participar.

 

Me llamo Felipe Moreno, tengo 55 años y soy cazorleño de nacimiento y de vocación, aunque  salí de Cazorla, por razones de estudios, a los 16 años, y vivo de forma estable en Madrid desde hace más de 30, pero con frecuencia me dejo caer por el pueblo, porque tengo ahí mis raíces, hundidas con fuerza en su tierra caliza.

 

Me encanta Cazorla, su entorno y su sierra, y siempre me ha gustado recorrer sus caminos y acercarme a sus bellos rincones, a pie o en bicicleta, pero ni por cantidad de lugares ni por profundidad de conocimiento de ellos, podría “disertar” sobre esos caminos y esos rincones con la erudición, el detalle y la maestría de mis compañeros colaboradores del blog, Sansón a la cabeza. Tampoco vivo en Cazorla habitualmente, de manera que no me considero capacitado para abordar noticias y acontecimientos relacionados con el pueblo.

 

Por esa razón, me propongo adentrarme en otros aspectos en los que pueda aportar algo distinto y para los que esencialmente pienso utilizar, de los modestos activos que tengo, aquellos a los que puedo sacar algún rendimiento: la edad y la memoria; la primera, algo avanzada, pero no tanto como para no mantener en buena forma la segunda.

 

Se nos viene encima la Feria de Cazorla de 2008, de manera que no me parece mala idea comenzar mi participación en este blog con un recuerdo de la Feria de mi infancia. Para no alargar demasiado esta primera intervención, me limitaré a hacer una breve referencia al tradicional acto de arranque oficial de la Feria: la quema de Fuegos Artificiales.

 

Me sitúo en Cazorla un 16 septiembre de finales de los años 50.

 

La noche de ese día, víspera del día grande de Cazorla, del día del Señor, se quemaban, en la Plaza de Santa María (la Plaza Vieja), los tradicionales Fuegos Artificiales. La  belleza y las peculiares condiciones naturales del entorno daban al acontecimiento un carácter mágico; la iluminación momentánea e intermitente de la falda de la montaña y de las ruinas de la vieja iglesia con el resplandor de mil colores de los sucesivos fogonazos, así como el eco y la reverberación que el entorno aportaba a las detonaciones, creaban un ambiente ciertamente sobrecogedor.

 

La gente “vivía” los Fuegos como si estuviera dentro de ellos, y literalmente casi lo estaba, porque la plaza se abarrotaba de cazorleños y visitantes, algunos a escasos -peligrosamente escasos- metros del material pirotécnico, siguiendo la quema de los Fuegos en absoluto silencio y con los ánimos encogidos, que estallaban en un estruendo de aplausos y gritos de entusiasmo cuando, tras la última y descomunal detonación –el “trueno gordo”- se encendía el alumbrado de la plaza y la banda de música comenzaba de inmediato a tocar, después de lo cual, la multitud de cazorleños y visitantes congregados allí, con el inevitable e inolvidable olor a pólvora impregnándolo todo, se dispersaba, unos camino de sus casas y otros hacia el centro del pueblo, buscando, ya pasada la medianoche, algún bar abierto donde meterse entre pecho y espalda un par de buenas copas de anís,  de ese fuerte, del “carrasqueño”, para entonar el cuerpo antes de irse a descansar y poder acudir frescos y repuestos, a la mañana siguiente, a la Fiesta Mayor, en la iglesia de san Francisco. Unos y otros tenían en sus mentes y en sus corazones algo que los llenaba de regocijo: la Feria acababa de comenzar.

 

Todavía, en aquella época, usaban algunas personas, las de más edad, para designar a este acto de la quema de los fuegos, un viejo término, incluso entonces ya en desuso: la “vocación”, en el sentido que hoy sigue dándole el Diccionario de la Real Academia, en la cuarta de sus acepciones, a la palabra vocación: “convocatoria” o “llamamiento”, porque los Fuegos eran un acto de convocatoria a las gentes de Cazorla y a sus visitantes a que participaran en las fiestas.

 

Antes de terminar y despedirme hasta mi próxima intervención, quisiera transcribir un soneto que, por aquella época, o más bien en años anteriores (seguramente a principios de los 50) dedicó a los Fuegos Artificiales don Rafael Lainez Alcalá, natural de nuestro vecino pueblo de Peal de Becerro, aunque siempre enamorado de Cazorla, ilustre intelectual de las letras, poeta, ensayista y cronista, además de prestigioso profesor e investigador de la lengua castellana desde la cátedra que durante muchos años dirigió en la Universidad de Salamanca:

 

Crece la plaza entre las sombras llena,

y a estallidos de pólvora luciente,

bulle el gentío en víspera impaciente;

hay un revuelo de sonrisa plena.

 

El garbo de la música resuena

y en el agua serrana se presiente

regocijo que exalta su corriente;

huele Cazorla a fresca hierbabuena.

 

Estrépito sonoro de batalla

sobrepuja la sierra como loca,

que en estrellas de lágrimas estalla.

 

La noche entre cohetes se desboca,

el copazo de anís fuerte restalla

y llena de alegría cada boca.

 

 

Un cordial saludo y… vámonos a la Feria.

Etiquetas: Vivencias

3 respuestas hasta el momento ↓

  • 1 sanson // 13 de Septiembre de 2008 a las 1:39

    Enhorabuena Felipe, me gusta mucho el rememorar viejas historias y vivencias.
    —Yo aunque natural de Pozo-Alcon, a los 15 años me fui a estudiar el bachiller laboral a Cazorla, cuando la Residencia la teniamos pegada o junto a la antigua carcel.
    —En Cazorla me inicie tambien en la sierra y recuerdo haber subido a la peña de los Halcones, por un paso fontal que creo haber oido que le llaman el niño sin brazos o algo similar !Que tiempos aquellos!, para mi fue mi segunda casa.
    —Te animo a que prosigas deleitandonos con recuerdos vivencias o lo que creas oportuno de esos bellos sitios

  • 2 José Antonio Pastor González // 15 de Septiembre de 2008 a las 13:07

    Muchas gracias por compartir esos recuerdos Felipe. Son historias que a mí me interesan muchísimo y que al colocarlas en internet ya no se olvidan.

    Me han entrado unas ganas de acercarme a las fiestas…

  • 3 Nando Chicano // 15 de Septiembre de 2008 a las 21:00

    Somos muchos, de menor edad que Felipe, los que también tuvimos la fortuna de vivir aquellas noches mágicas en la Plaza Vieja, no sólo allí convocados sino también ‘apretujados’, formando un amalgama de cuerpos y almas expectantes que coreaban al unísono intermitentes exclamaciones de “Ohhhh!” ante cada una de aquellas maravillas pirotécnicas que restallaban con una rotundidad aplastante sobre nuestras cabezas erguidas… De entre todos los recuerdos, me quedo con dos ‘pequeñeces’ de aquellas noches: las baretas de los cohetes que caían de vez en cuando silbando vertiginosas sobre la muchedumbre (afortunado de mí, que nunca me golpeó ninguna), y las partículas de ceniza que, ocasionalmente, nos entraban en los ojos, abiertos de par en par como estaban ante tamaña maravilla de la Naturaleza…
    ¡Uy! Tengo que parar, que me ha debido de entrar una de esas motitas en un ojo y parece el puñetero que quiere llorar…
    Saludos,
    Nando

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