Esta larga etapa discurre en su mayor parte por la Sierra
del Pozo y tiene como eje al río Guadalentín, uniendo los
parajes de El Hornico y Fuente Acero entre los que hay un
desnivel de algo más de 500 metros, lo que nos brinda la
oportunidad de conocer paisajes muy diversos, desde las
templadas zonas adehesadas cercanas al inicio de la ruta
hasta los ambientes puramente montañeros de su final.
Podremos pasear, si hacemos un corto desvío, junto a las
Cascadas del Guazalamanco, y recorreremos después la
famosa Senda de los Pescadores que remonta el río Guadalentín.
En la Cerrada de la Herradura veremos cómo este
río se encaja profundamente entre altos paredones rocosos,
y después pasaremos junto a viejos cortijos ya en ruinas, como el cortijo de los Tontos o la casa
forestal del puntal de Ana María, donde vemos testimonios de la vida tradicional de estas montañas, al
tiempo que disfrutamos de extraordinarias vistas que se extienden hasta las cumbres de Sierra Nevada.
Más tarde divisaremos desde arriba el Barranco del Guadalentín, al que descenderemos por la histórica
vía ganadera de la Cañada del Mesto para luego caminar junto al mismo río, en el más largo tramo del
GR 247 que transita pegado a un cauce fluvial. Tras descansar en el relajante paraje del Vado de las
Carretas alcanzaremos la antigua Casa Forestal del Barranco del Guadalentín, en un escenario espectacular
presidido por los escarpados Poyos de la Carilarga.
A lo largo de la ruta pasaremos por pinares de pino carrasco, por uno de los mejores cornicabrales del
parque, por hermosos encinares y por un excepcional robledal de quejigos centenarios, además de ver
en distintos puntos bojedas, grandes y viejos pinos laricios y vegetación de ribera muy bien conservada.
Los buitres, las rapaces y los típicos grandes ungulados del parque (ciervos, gamos, cabras monteses,
etc.) son muy frecuentes de avistar a lo largo de todo el recorrido.
El final de esta etapa conecta con la variante GR 247.3. Si optas por ella podrás, en dos jornadas, enlazar
directamente con las etapas 10 y 11.
|
1. Km 0 - Aula de Naturaleza El Hornico
La etapa comienza en la pista que da acceso a este centro de educación ambiental. Para visitar el centro
y su imprescindible jardín botánico de plantas autóctonas hay que desviarse 150 metros a la izquierda.
El aula está situada junto al Arroyo del Vidrio, en un paraje con densa vegetación mediterránea dominada
por pino carrasco, con gran cantidad de encina, enebro, romero y algunas sabinas. Comenzamos
caminando por una ancha pista forestal, que atraviesa la Dehesa del Rincón, en terreno llano y disfrutando
de la compañía de excelentes encinares.
En el kilómetro 2,5 dejamos a la derecha el Centro de Formación El Hornico, y en el 4,3 encontramos a
la izquierda el arranque señalizado del sendero a las Cascadas de Guazalamanco. Aunque nuestra etapa
es larga, el desvío de poco menos de un kilómetro es muy relajante, ya que gozaremos de una sucesión
de cascadas y pozas formadas por el arroyo Guazalamanco, cuyas limpias aguas proceden de las laderas
del pico Cabañas. Abundan los fósiles y hay también buitreras.
Siguiendo por nuestra ruta, el camino gira enseguida a la izquierda y observamos un cambio de paisaje,
ya que entramos en el barranco labrado precisamente por el Guazalamanco, ya en su tramo final antes
de desembocar en el Guadalentín. Es un paraje abrupto y salvaje, con cornicabras, sabinas y encinas
agarrándose a las rocas. Cruzamos un puente y, poco antes del final de la pista que estamos recorriendo,
atravesamos un excepcional cornicabral (Pistacia terebinthus), que se tinta de rojo en otoño.
2. Km 5,1 - Senda de los Pescadores
Acaba la pista y empieza, entre hermosas cornicabras, la Senda de los Pescadores, teniendo a la izquierda
la Casa del Molinillo y arriba el Picón del mismo nombre. Comenzamos la senda en suave descenso,
viendo a la derecha el estrecho valle del río Guadalentín, que a esta altura forma ya una de las colas
del embalse de La Bolera. A partir de ahora seguiremos el curso del Guadalentín en el sentido opuesto
al de sus aguas por la Cañada del Mesto, histórica vía por la que los ganados de Pozo Alcón y Castril
trashumaban en dirección a las zonas de invernada en Sierra Morena.
3. Km 5,9 - Cerrada de La Herradura
En este punto pasamos por un puente sobre el Guadalentín, que forma la impresionante Cerrada de
La Herradura, una gran curva en la que se encaja profundamente entre paredones verticales, a punto
ya de embalsarse en La Bolera. Abandonamos -por poco tiempo- la cercanía del río y ascendemos,
ensanchándose el valle y viendo algunos bancales abandonados así como mucha encina y cornicabra.
Pronto cambia el paisaje vegetal, que pasa a estar dominado por el pinar de repoblación. El Guadalentín
reaparece a nuestra izquierda, abriéndose el paisaje cada vez más hacia ese lado, con grandes bosques
de pino negral y después con encinares. A la derecha vemos rotundos cantiles rocosos de tonos amarillos
y rojizos. En el kilómetro 7 tomamos un pista a la izquierda, en medio de un pinar joven. Unos
350 metros después gira a la derecha y nosotros la abandonamos para seguir al frente por un camino
algo difuso, aunque señalizado, y enseguida vemos a la izquierda las ruinas de un cortijo. Cruzamos el
terreno despejado del cortijo, con buenas encinas, siguiendo las dos balizas que encontraremos, y luego
veremos al frente, un poco a la derecha, un poste con señales direccionales. Antes, no hay que dejar de
asomarse hacia el valle del Guadalentín desde las pequeñas praderas que hay a la izquierda.
En el citado poste (kilómetro 8) salimos de nuevo a la pista forestal
y tomamos a la izquierda, en un pinar de repoblación de
pino laricio. Poco después caminamos por un espeso encinar en
salpicado de viejos y grandes ejemplares de pino laricio.
En el kilómetro 8,8 llegamos a los terrenos despejados de dos
cortijos, situados arriba a la derecha y arriba al frente respectivamente.
Subiendo a este último, en el Puntal de Ana María, apreciamos
que es un lugar muy especial por su entorno -la era, los
pastos, las grandes encinas- y por lo espectacular de las vistas:
abruptos poyos a la derecha, el profundo valle del Guadalentín a
la izquierda -al que nos podemos asomar desde la era-, y hacia
atrás, es decir, hacia el sur, grandiosas panorámicas que llegan
hasta las cumbres de Sierra Nevada.
4. Km 9,5 - Raso del Peral
Dejamos a la derecha el cortijo del mismo nombre y el camino empieza a descender suavemente, en
una bellísima cañada con amplios pastizales. Poco después, caminamos entre hermosas encinas viendo
las laderas del otro lado del Valle del Guadalentín, presididas por el Calar de Juana, mientras al fondo
divisamos el Barranco del Guadalentín bajo una plataforma de paredes muy verticales que caen sobre
la Cerrada de la Canaliega. Las vistas son de nuevo impresionantes.
Nos internamos en un excelente encinar y en el kilómetro 10,2 pasamos junto a las ruinas de un cortijo
a la derecha. Vemos junto al camino un gran pino laricio con una oquedad hecha en su base de casi dos
metros de altura. Esto se hacía antiguamente para sacar las resinosas astillas de tea, que servían para
iluminar o para encender la lumbre. Este aprovechamiento sabía hacerse sin secar los pinos, como aquí
podemos comprobar. El encinar por el que transitamos es fresco, como denota la presencia de abundante
musgo, hiedra y eléboro (Helleborus foetidus).
En el kilómetro 11,5 pasamos junto a la gran plataforma que antes vimos desde arriba. A nuestra derecha
vemos algunos arces de Montpellier, mientras las laderas del otro lado del valle están cubiertas por
cerrados encinares. A partir del kilómetro 12,6 el camino desciende de forma más acusada entre estupendas
encinas, siendo un buen lugar para asomarse a la izquierda y ver el Guadalentín encajado entre
paredones rojizos. Pronto empiezan a parecer los robles (quejigos), que serán una constante durante los
próximos kilómetros, en un ambiente umbrío, con mucho musgo, mientras asciende hasta nosotros el
poderoso sonido de las aguas del Guadalentín.
5. Km 13,5 - Vado de las Carretas
Este es un relajante paraje con pequeñas praderías y buenos nogales donde podemos descansar y
solazarnos junto al río. Hay también chopos, boj y algunos quejigos. Si siguiéramos el camino que sale
hacia la izquierda subiríamos hasta la misma pista donde acaba nuestra etapa, pero más hacia el oeste,
en el paraje de La Trinchera, no lejos de la Nava de San Pedro, con lo que atajaríamos para llegar a la
etapa 2 de la variante GR 247.3. A unos 200 metros de iniciarse este camino en el Vado de las Carretas
pasamos muy cerca del llamativo nacimiento de las Siete Fuentes, constituido por varios manantiales
cuyo abundante caudal pasa a engrosar el del arroyo de San Pedro.
Nuestra ruta, sin embargo, sigue el curso del río Guadalentín, que hemos de cruzar. El camino se eleva
sobre el río, que queda ahora a nuestra derecha, y pasa por un encinar cuyas ramas musgosas y retorcidas
crean una cierta magia en el ambiente. Poco después encontramos un cable que impide el paso
de vehículos, en un angosto paso entre rocas donde el río, ya a nuestro lado, baja con bravura entre
sauces y bojes.
Salimos a un pinar de laricio y a partir de ahora caminaremos pegados al río, vadeándolo en un par
de ocasiones por pasos cementados. Caminamos durante un buen trecho plácidamente, sin apenas
desnivel, mientras el cauce se ensancha a veces entre junqueras y cada vez se hacen más presentes los
quejigos, algunos de gran tamaño. De hecho, estamos entrando en uno de los mejores quejigares del
parque natural, lo que confiere a la zona, no solo un gran valor paisajístico, sino también una notable
importancia ecológica. Vemos también grandes pinos laricios, además de bojes, sabinas y arces, que en
otoño se visten de amarillo. La frescura y la humedad propician incluso la presencia de algunos acebos.
En el kilómetro 15,4 pasamos junto a un delicioso manantial que nace de la roca misma junto al camino,
en una pequeña y musgosa oquedad entre arces y bojes. El ambiente en este tramo no puede ser más
seductor, pues nos recuerda a parajes de latitudes más septentrionales. El río baja en pequeños saltos
a nuestra derecha, mientras huele a boj y a humedad y los viejos quejigos retuercen sus ramas añosas.
6. Km 17,9 - Casa Forestal del Barranco del Guadalentín
Este es un lugar emblemático que produce una mezcla de sentimientos, pues la grandeza y armonía del
paraje contrastan con el aire melancólico que emana del estado ruinoso de lo que fue una potente casa
forestal, amplia, que tuvo hasta un pequeño estanque con fuente, rodeada de majestuosos nogales,
frutales y bancales que en su tiempo estuvieron cultivados. Abajo, en el río, hay chopos y una excelente
sauceda, mientras la ladera de detrás de la casa está cuajada de quejigos. Al otro lado del Barranco del
Guadalentín se alzan los impresionantes farallones de Los Poyos de la Carilarga.
Nuestro camino continúa junto al río, que cada vez es más pequeño, y se aparta definitivamente del
mismo un kilómetro y medio más allá de la casa forestal, girando bruscamente a la izquierda y elevándose
con bastante pendiente para rodear el monte Caballo de Acero. El quejigar adquiere un aspecto
exuberante al tiempo que seguimos teniendo al otro lado la mole rocosa de La Carilarga. Poco antes de
finalizar la pista por la que vamos subiendo encontraremos una barrera que cierra el paso a vehículos
no autorizados.
En el kilómetro 21,1 alcanzamos la importante pista forestal de Las Navas, donde giramos a la izquierda
para llegar al final de la etapa al cabo de 300 metros.
7. Km 21,4 - Refugio Casa Forestal Fuente Acero
Nuestra ruta acaba en este bellísimo lugar, que tiene una fuente
señalizada -aunque puede secarse- y que es estratégico porque,
además de ser principio o final de las etapas 14 y 15 del sendero
Bosques del Sur, lo es también de la variante GR 247.3 que se dirige
por la Nava de San Pedro hacia El Sacejo, junto al Parador de
Cazorla.
|
En esta etapa, y a lo largo de otras muchas del GR
247, el caminante se sorprenderá por la presencia de
grandes pinos laricios en cuya base hay una oquedad
artificial, generalmente negruzca, con restos de resina
y muestras de viejos cortes. Son lo que los serranos
llamaban pinos tocaos, en los que se resegaba el tronco
buscando la resina como fuente de calor. La explicación
a este hecho nos la da José Laso Flores, uno de
los mejores conocedores de las tradiciones serranas.
Antiguamente se movía mucha gente de día y de noche
por las montañas, el interior de los bosques, las
riberas de los ríos y los caminos que comunicaban
cortijos y aldeas. Había recoveros, arrieros, furtivos,
pastores, truferos, maquis, trabajadores forestales,
y casi todo el mundo llevaba su navaja y su hacha,
entre otras cosas, como herramientas básicas de supervivencia.
Por toda la sierra se pueden encontrar
pinos tocaos en lugares más o menos estratégicos
por donde tenían que pasar estas gentes, a veces en
condiciones muy duras, con temperaturas muy bajas,
nieve, o lluvia.
En previsión de verse necesitados de una fuente de
calor, algunas de estas personas producían heridas
con el hacha en pinos estratégicamente situados para
que sangraran o lloraran, dejándolo preparado a propósito
para utilizarlo en caso de necesidad, ya que de
la herida fluía la resina, a la que se aplicaba la llama de
una cerilla o de un mechero. De esa forma se obtenía
una buena fuente de calor, porque la resina, que es
un excelente combustible, ardía de manera lenta y
duradera. Era un sistema seguro y eficaz, porque, una
vez apagada la resina, el pino volvía a llorar, es decir, a
generar más resina y enviarla hacia la superficie.
Probablemente el uso que se hacía de esta técnica era
muy controlado para no matar el pino, apagando el
fuego cuando se marchaban sin llegar a permitir que
el fuego llegase a destruir el tronco, y buscando un
nuevo árbol cuando ya se había apurado el anterior,
ya que no hay evidencias de pinos muertos por este
motivo.
En otras ocasiones se aprovechaban para esta práctica
los pinos que habían sido anteriormente tocaos
por un rayo. Era una técnica básica que evitaba pasar
malos ratos, secar la ropa e incluso sobrevivir en casos
extremos.
Otro aprovechamiento importante de esta técnica
era la obtención de pequeños trozos de madera impregnada
de resina (tea), que posteriormente se utilizaba
para prender fuego en otro lugar donde fuera
necesario, como una hoguera en el monte o la lumbre
en la casa, así como para alumbrarse en la oscuridad.
Las astillas de tea también se extraían de los tocones
de árboles cortados o del nervio de los pinos caídos y
en estado de putrefacción.
También se podía improvisar una peguera en miniatura
quemando varias teas superpuestas, lo que permitía
extraer una pequeña cantidad de pez. Impregnando
con la pez un trozo de trapo liado en un palo
se obtenía una antorcha que podía iluminar durante
una o dos horas, según la cantidad de pez y el grosor
del trapo. Para alguien que se pierde, esta fuente de
luz y calor puede significar la supervivencia.
|